enero 25, 2011

Las ruinas de los ciegos de Macondo.

La casa donde estoy en Rancagua es la materialización física de lo que siempre imagine como la casa de los Buendía. Quizás me hacen falta algunas cosas como un cuarto trasero para Melquiades y me cambiaron el daguerrotipo por computadores. Claramente por más "ciudad de héroes" que es Rancagua la guerra no está aquí ahora, si las ruinas de un desastre, no el histórico sino que el devastado y abandonado casco histórico,  donde la casa se halla. 



La casa ubicada en calle Mujica cubre el paso a lo que puedo describir como 3 casas. La primera es un living con habitaciones que le rodean. Una de ellas es la que me prestaron para vivir los dos meses de la practica, la que tiene una ventana que da al exterior y una grieta vertical en la pared que se ve al abrir la puerta. Un rectangulo con repisas, una cama y techo de madera que por el tiempo se abre lentamente soltando polvo, polvo que cae al piso, a la cabeza, al los libros apilados y la ropa arremangada. La segunda parte es un pabellón cerrado, la casa de los Vasquez Moncayo que tiene las habitaciones ligadas a un pasillo transversal. Por el pasillo se ve el parrón que tapa "la visual" y se oyen las moscas que misteriosamente rebosan por el exterior. Al fondo esta el comedor y la cocina, esta última tomando un aspecto en extremo campesino con paredes irregulares, problemas de alcantarillado y un balón de gas la lado de las cosas. Frutas, vasos y los vidrios con algo de grasa. puertas de madera que rechinan para entrar desde la casa como desde el patio. La tercera parte es un pabellón en forma de T pero sin uno de los lados cortos de la t. O sea, una ele al revez. Es la parte más a mal traer y la que más me recuerda a Cien Años de Soledad, la casa de la Señora "Virginis" quien ya no sale por los achaques y dolores de la edad, el tiempo y la vida misma. Una imagen viva de Rebeca y de su perro (al menos el que siempre le imagine). El otro pedazo de la T era una cocina, pero el terremoto hizo que parte de la pared cayera. Esta cerrada y solo se ven vestigios de las cosas que alguna vez hubieron allí, se sienten las risas de niños de hace 50 años saboreando un jugo luego de correr mucho.



Al fondo hay un patio lleno de pasto seco, amarillo. El tendedero de cables y malesa por donde queda la vida. Un balde con agua estancada y moscos. "¿Quién anda ahí?". Me giro y es un grito. Don Juan, dueño de casa, hombre exígente, cura ortodoxo, derechista, conocedor de leyes y ex-militar grita por escuchar el ruido. No puede ver casi nada por un problema que tuvo con la presión y como "Virginis" usa gotas para la visión. Un hombre con su carácter (intransigente) y su historia (intratable) pero de buen corazón (aunque es en extremo desconfiado para la mayoría de las cosas) es el personaje de este hogar. Como el coronel Aureliano Buendía esta condenado a vivir en su mundo, un mundo sin luz (o quizás con demasiada, como diría un Malkavian) donde es lamento su destino de no ver en el mundo donde las imagenes son la forma nueva de comunicación. Nuestra realidad lo apabulla, lo ahuyenta y el con los pocos rayos de luz que permite entrar por su pupila se hace la imagen que desea. Igual "Virginis" quien opto por no salir y quedarse en su casa, el lugar conocido, como lo hizo la vieja del primer piso en el libro que recién termine "Ensayo sobre la Ceguera" de José Saramago. 



Virginia y Juan son dos ciegos distintos a los que andan por el exterior de una ciudad que es de transito, que ha perdido su esplendor (si es que lo tuvo alguna vez) y que día tras día se avejenta más, se corroe y se demonta. Una triste realidad de esta ciudad que parece hecha de fantasías de hace dos siglos y que no fue pensada para ellos. En realidad, creo que Rancagua fue solo una ciudad pensada para una batalla, allá lejos un 5 de Octubre de 1743. Una realidad que con el tiempo perdura, es inmutable como las memorias de estos dos viejos, como las cornizas que caen, como los monumentos a heroes del pasado y de personajes que ni google me permite saber quienes son. Es la realidad del Macondo donde me vine a hacer la practica, donde camino en las mañanas por calle cachapoal y regreso en las tarde por la calle del Estado. Es el rumor, el rumor de una ciudad que siento agonizante como los ciegos que no ven, como Macondo.

Cada mañana despierto con la sensación de que me encuentro en Macondo. Luego despierto de verdad.

2 comentarios:

  1. Excelente entrada, querido Martín. Creo que , gracias a ti, quiero leer ese libro nuevamente.

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  2. cual de los dos? :S Cien Años de Soledad o Ensayo a la Ceguera

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el constructivismo utópico, la épica delirante

 Porque dejar que las cosas buenas se vayan. O quizás, es tiempo de regresar al texto. 

Hackear el marciano

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