Y no lo podía creer. Los
libros volaban por los cielos y yo boquiabierto detrás de Tamara
Acosta. Los titulos pasaban de las manos de los actores por sobre la
mesa y caían precisamente dentro del escenario, luego de hacer
elipses áreas que desafiaban la razón. Libros y libros en el cielo
solo para buscar Los justos de A. Camus, Página 29. La Carta de
Victor los conmociono y no podía ser más que un mensaje secreto que
le enviaban desde fuera del refugio. El último lugar del mundo,
Chile 2014. Pedro, Carola, Nicolás, Eduardo y Benjamín (y el
cadaver de Alfredo) rodeados de cientos de manuscritos y extos
pegados en la pared sin orden aparente. Durante cuatro años buscando
una idea, una idea que nos quite del letargo...
En el marco de que ando
viendo obras de teatro hasta por si acaso, llego mi última obra de
teatro (me queda un concierto y una presentación de danza; ambas
donde comenzó todo) fui al Teatro de la Católica, aquel que conocí
en el colegio cuando ibamos a ver obras de teatro y que nunca me
había fijado en sus detalles. Frente a mi, la obra, una mezcla de
humor, tragedia, delirio y teatro “in yur face”. Como todas las
cosas buenas tiene un monologo y una puesta en escena que yo me
preguntaba que hacían para coordinarla con tanto detalle. Los
movimientos, las pausas, los lugares muy bien delimitados. El inodoro
de Duchamp, la sorpresiva pizarra salfatistica, música de Ricardo
Montaner y de Radiohead, Marat y un poodle (con niños africanos) Un
collage que coloca de manifiesto el oficio actoral, sus necesidades,
falencias y conceptos, como también la mierda de generaación a la
que pertenezco, a esa que le falta vivir y que entre videojuegos y
comida chatarra vive de los placeres burgueses que nuestros padres
nunca tuvieron. Somos la antitesis de lo anterior, sin fines de lucha
ni ejemplos de la revolución. Es la herencia de nacer después de la
Guerra Fría, en un planeta en aparente paz y cuyos conflictos recien
comenzamos a descubrir.
Y el teatro.
Cuando llegue a ver la
obra, me sente quizás en la mejor butaca D-2. O al menos así lo
senti, que estaba en el mejor asiento del mejor teatro disponible. El
rojo telón y las luces tenues, la gente entrando lentamente y
perdida entre los pares e impares. Yo en mi cabeza, mis dudas y
dramas, mis lastimas que me acosaban dentro: la
falta de tiempo, la indeterminación de mi tesis, mis deudas que no
se como cubrir, los tiempos que faltan, el cansancio, la falta de
sexo y el tedio de vivir donde vivo. Llegue tan chato como había
estado todos estos días. Que lo más cercano que me alejo de ello
fue “Transeuntes” dos domingos atrás, pero que el incidente
entre la Caro y Claudio me devolvieron rapidamente. Luego la obra. Y
todas las sensaciones del universo: Sorpresa, llanto, risa, pena,
alegría, enojo y amor (aunque este último todos sabemos que no
existe) No sentía como pasaba el tiempo en un momento y luego quede
totalmente suspendido, viendola eternamente en mi cabeza y creyendo
inefablemente que jamas terminaría.
Cuando termino me sentía
otro, con ganas de dejar la química y meterme al fondo de un refugio
hasta que tenga una obra que remezca al mundo. Soñe conmigo sobre
las tablas, buscando junto a ellos la idea, mensaje o acción capaz
de cambiar las estructuras sociales, de romper el velo, despertar lo
dormido. Y yo alucinando con todos, pero más con Pedro: Su cara de
sida, (si, de sida) la historia de sus padres, su interpretación de
Marat (y las marionetas de capucha y guanaco), sus respuestas
impulsivas y Duchamp, me parecío culto, inocenton y encantador.
Bello y apabullante, sorprendente y empatico. Lastima que solo sea un
personaje de ficción.
Y al salir del teatro me
fuí corriendo y viendome terminando química para comenzar teatro. Y
jugar a ser otro una y otra vez, hasta que llegue el día que haya
que esconderse para buscar una obra que cambie las estructuras
sociales, de la mente, que transtorne al publico y que me haga
explotar, explorar, pero con verosimilitud.
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