enero 18, 2012

Tratando de hacer una obra que cambie el mundo I


Y no lo podía creer. Los libros volaban por los cielos y yo boquiabierto detrás de Tamara Acosta. Los titulos pasaban de las manos de los actores por sobre la mesa y caían precisamente dentro del escenario, luego de hacer elipses áreas que desafiaban la razón. Libros y libros en el cielo solo para buscar Los justos de A. Camus, Página 29. La Carta de Victor los conmociono y no podía ser más que un mensaje secreto que le enviaban desde fuera del refugio. El último lugar del mundo, Chile 2014. Pedro, Carola, Nicolás, Eduardo y Benjamín (y el cadaver de Alfredo) rodeados de cientos de manuscritos y extos pegados en la pared sin orden aparente. Durante cuatro años buscando una idea, una idea que nos quite del letargo...

En el marco de que ando viendo obras de teatro hasta por si acaso, llego mi última obra de teatro (me queda un concierto y una presentación de danza; ambas donde comenzó todo) fui al Teatro de la Católica, aquel que conocí en el colegio cuando ibamos a ver obras de teatro y que nunca me había fijado en sus detalles. Frente a mi, la obra, una mezcla de humor, tragedia, delirio y teatro “in yur face”. Como todas las cosas buenas tiene un monologo y una puesta en escena que yo me preguntaba que hacían para coordinarla con tanto detalle. Los movimientos, las pausas, los lugares muy bien delimitados. El inodoro de Duchamp, la sorpresiva pizarra salfatistica, música de Ricardo Montaner y de Radiohead, Marat y un poodle (con niños africanos) Un collage que coloca de manifiesto el oficio actoral, sus necesidades, falencias y conceptos, como también la mierda de generaación a la que pertenezco, a esa que le falta vivir y que entre videojuegos y comida chatarra vive de los placeres burgueses que nuestros padres nunca tuvieron. Somos la antitesis de lo anterior, sin fines de lucha ni ejemplos de la revolución. Es la herencia de nacer después de la Guerra Fría, en un planeta en aparente paz y cuyos conflictos recien comenzamos a descubrir.

Y el teatro.



Cuando llegue a ver la obra, me sente quizás en la mejor butaca D-2. O al menos así lo senti, que estaba en el mejor asiento del mejor teatro disponible. El rojo telón y las luces tenues, la gente entrando lentamente y perdida entre los pares e impares. Yo en mi cabeza, mis dudas y dramas, mis lastimas que me acosaban dentro: la falta de tiempo, la indeterminación de mi tesis, mis deudas que no se como cubrir, los tiempos que faltan, el cansancio, la falta de sexo y el tedio de vivir donde vivo. Llegue tan chato como había estado todos estos días. Que lo más cercano que me alejo de ello fue “Transeuntes” dos domingos atrás, pero que el incidente entre la Caro y Claudio me devolvieron rapidamente. Luego la obra. Y todas las sensaciones del universo: Sorpresa, llanto, risa, pena, alegría, enojo y amor (aunque este último todos sabemos que no existe) No sentía como pasaba el tiempo en un momento y luego quede totalmente suspendido, viendola eternamente en mi cabeza y creyendo inefablemente que jamas terminaría.

Cuando termino me sentía otro, con ganas de dejar la química y meterme al fondo de un refugio hasta que tenga una obra que remezca al mundo. Soñe conmigo sobre las tablas, buscando junto a ellos la idea, mensaje o acción capaz de cambiar las estructuras sociales, de romper el velo, despertar lo dormido. Y yo alucinando con todos, pero más con Pedro: Su cara de sida, (si, de sida) la historia de sus padres, su interpretación de Marat (y las marionetas de capucha y guanaco), sus respuestas impulsivas y Duchamp, me parecío culto, inocenton y encantador. Bello y apabullante, sorprendente y empatico. Lastima que solo sea un personaje de ficción. 

Y al salir del teatro me fuí corriendo y viendome terminando química para comenzar teatro. Y jugar a ser otro una y otra vez, hasta que llegue el día que haya que esconderse para buscar una obra que cambie las estructuras sociales, de la mente, que transtorne al publico y que me haga explotar, explorar, pero con verosimilitud.

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