Quizás conmocione a alguno con este texto, pero fue hace tres semanas atrás. Así que tranquilo, estoy algo mejor ya :) Recomiendo leerlo con Morning Bell (Amnesiac) de Radiohead, puede que empatice mejor con mi animo del momento.
Despierto, es sábado y veo mi habitación con un suave y ligero brillo del sol que entra por el tragaluz de plástico. Anoche llovió y en la esquina norponiente, cercana al mueble del computador se encuentra una zona húmeda del cubre piso rojo. Las frutas y verduras tienen sus bolsas salpicadas por algunas gotas que rebotaron. Muevo mis pies despacio hacia una zona mas fría. Me niego a levantarme. Giro mi cabeza por mi ancestral tuto celeste -en realidad gris- que tiene la clásica marca de baba luego de una noche de turbulentos sueños y venires morfeícos.
Mi cama me recubre. Sus dos cubrecamas me calientan y las sábanas rojas que tengo desde los 11 años son lo único que veo. La fría mañana es amenazante para alguien que no quiere levantarse, que no quiere caminar. Han pasado solo 5 semanas desde que murió mamá.
Enciendo la lampara metálica negra, con su ampolleta de ahorro energético, tomo El juguete rabioso y comienzo a leer. A mi alrededor se sitúa una habitación de poco más de 12 metros cuadrados, toda cubierta por papel mural de color rojizo abajo y color amarillo claro arriba. Una banda clásica de cubre muralla amarilla muestra un motivo vegetal que incluso bordea la ventana. La puerta, grande y blanca, tan solo con las manchas de mis manos sucias y un pestillo marca una presencia penetrante en la habitación. Frente a la puerta, un espejo redondo, con un decorado en mimbre y que asemeja un sol, un sol que tanto hace falta que me ilumine.
Ese espejo es lo primero que observo luego de dejar nuevamente el libro sobre la silla. Muchos papeles de la universidad, de lecturas, libros de Dante, Benedetti y Saramago, mi calculadora casio fx-7400 y la Nintendo DS azúl completan la decoración de mi silla. Pero yo miro mi espejo, simple y solitario, reflejo de un sol que esa mañana aún no había. Me pongo de pie y Mar y tin, mis auto referentes pantuflas de perrito cubren mis pies. El póster de tsubaza chronicles, mi tablero de dardos y un afiche de un dragón rojo me observan ante el peso del silencio y lo pesado de mis pasos de este día.
Camino sobre mi alfombra de cuadriláteros rojos, beige y café y que un radiante naranjo completan, contrastando con el cubre piso rojo, estático e inapetente de sentimiento. Las migas y el polvo cubre como la nieve el suelo y le dan un toque algo descuidado, pero solo un toque. Llego a mi pequeño canastillo de alimentos: Una base y cuatro canastas con mis comidas y utensilios de cocina. Lo suficiente para que alguien que vive solo pueda comer algo. Sobre el platos sucios de hace mas de un mes, quizás de mas, un par de tazas y cubiertos todos ordenados en su suciedad. Me hago un pan con mantequilla y en mi tazón blanco me hago un té. Camino luego al costado de la cama amarilla y rechinante, regalo del padre de la Coka y que me alberga cada noche y soporta cada paja que me corro.
Camino arrastrado mis perritos hacia el mueble grande que era de mi madre. Un mueble de dos partes. Un cajón cerrado de madera que tiene la ropa clasificada por tipo de prenda, color y talla y arriba tiene mis libros y artículos de limpieza, que en otra repisa tiene mis libros de rol, mis enciclopedias y algunas decoraciones de mi habitación y regalos como las Cartas Clow que me dio mi mamá un día del niño y el caleidoscopio que Daniel me obsequio hace dos navidades. Al costado, algunos palos de una de mis antiguas camas que rescate del avasallante ataque de mi hermano a las cosas de la antigua “casa de mama” Luego, un prestado closet de madera, donde cuelgan mis chillonas toallas y guardo mis paras y trajes y que muestra, imbatible, el paso de los años.
Finalmente un pequeño y simple escritorio rodeado de repisas enclavadas a la pared completan el cuadro. Gran parte de mis cachivaches y otras cosas mas simples o mas trascendentes (como mi caja de recuerdos, o las fotos que guardaba mi mama) se hallan debajo del escritorio o debajo de mi cama. Luego de terminar mi té, camino nuevamente a mi desordenada cama, veo mi celular y dice las 12:15, una mañana cualquiera y triste en periodo de exámenes. Me vuelvo a recostar y tomo una siesta. Verdaderamente el semestre me había consumido mucha energía.
Me niego mentalmente a estudiar, no hay ganas y no cundirá. Me duermo nuevamente, mientras mi habitación me observa silenciosa, absteniéndose solamente a dejar el tiempo pasar, a acumular el polvo y ver a evaporarse el agua de un pequeño vaso que purifica mi espacio y que hace muchos días esta turbia y ensuciada, como mi alma en esos momentos de soledad y pena, que luego de tanto escape ya no podía evitar que me pudiese afectar.
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