marzo 21, 2010

Una plaza, mi rayuela



Estoy a cinco metros del lugar donde estuvo la casa de mi niñez, apoyado en un grueso árbol frente a ella y sentado en el pasto, dandome cuenta de su pequeñez. Al fin he terminado Rayuela y me he dado cuenta que tengo las viejas nostalgias de Oliveira a mi manera. Recorriendo mis memorias en mis caminatas, despertando con sudor cuando las historias nocturnas acosan mi inconciente. Para Ceferino esto claramente seria causa de traición, de traición.





La plaza donde vivi hasta el 2000 estaba llena de personas los sábados en la tarde. Ahora esta vacia, con solo unos pocos perros ladrantes. Pocas diferencias tiene en los diez años que no he vivido aquí. Por que sin darme cuenta ya hace 10 años que no vivo en Vitacura. Aquí es donde las viejas memoranzas y las languidas sensaciones de otros tiempos se hacen sangre, luz y locura. Veo imagenes por todos lados y tengo un sentimentalismo que solo comparto con otros 3 lugares. Lugares que pueden clasificarse en Propios y ajenos, momentos que pueden diferenciarse en felices, agridulces y infelices.





La brisa que recorre la plaza le da un más hondo carisma a este lugar, los árboles donde jugaba a las escondidas con Pato, la zona de las presentaciones, las casas de Esteban, de Gabriel, de Felipe y de Los Pavez. Los abuelos de Juan Ignacio y los amigos de mi mamá y mi tío, mi bicicleta verde, la otra que me robaron, los talleres, la señora Carmen, las disertaciones, los bailes, los golpes, las canciones, la muerte de mi abuela, las discusiones de mi tío con mi mamá; Yo debajo de la mesa. El tiempo y las imagenes confabulan como lo hicieron con Oliveira mostrandole su Maga, La Maga, Esa Maga. ¿Será que el ácido formico de las hormigas de aquí, que seguramente son parientes de las que me comia en mi infancia, me trae recuerdos químicos a mi cerebro?





La madre de Pato sale a regar su jardín, la plaza sigue vacia, esta solo por mi (y por los perros) Es la hora donde la gente pronto saldra a regar sus casitas del barrio alto para que crezca su jardín. Una rutina de la cual ya no soy parte pero que extraño, como extraño los columpios que aún siguen de pie, esos que usaba de pequeño y que fomentaron mi tic. Como extraño ese calor, al negro, la cleo, los faroles, los silencios, la cordillera, la solidaridad, los gritos, el correr, las nuevas ruedas, el artificio, las hojas de otoño, la tranquilidad.





Quizas por esta nostalgia muchas de las veces que subo me paseo por aquí, buscando algo que deje perdido, no en un puente como Oliveira, si en un jardín. En la casilla 7

1 comentario:

  1. ooooh una vez salí de la casa gigante de Concepción y crucé el río Bio bio. Llegué a la antigua casa de San Pedro que se veía tan enana y mal cuidada. Como si hubiera muerto en el momento que la dejamos y la gente que la habitó después no la llenó con vida. Dejar esa casa fue lo peor que pudo pasar pues la casa de Concepción está maldita, ahí solo sucedieron cosas malas y por eso decidí salir del pais y despues nunca regresar a esa ciudad.
    :/ increíble lo que son las casas viejas. Un ser viviente.

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el constructivismo utópico, la épica delirante

 Porque dejar que las cosas buenas se vayan. O quizás, es tiempo de regresar al texto. 

Hackear el marciano

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