Este fin de semana fui a Hospital, a la casa de mi tío. Aquí logre descansar y reposar de la intrépida y delirante semana mechona recién vivida, entre las conversaciones con la tía Gabriela sobre ciencia (que mi tío demuestra aborrecer), los raccondos al pasado familiar con mi tío y los juegos-enojos con mi primita Antonia se frecuenta visitar el pueblo (Hospital o a veces Paine) para hacer alguna compra presurosa.
En ello mi tío me habla que no le gustan los Falsos Huasos, le pregunto ¿Qué son? Y me responde – Son aquellas personas que siendo de acá (rurales) se comportan como santiaguinos (urbanos, para la comparación), son hombres que pasan en el bar de día y en la casa de noche, que no cuidan sus tierras, que son desconfiados si son buenos, desleales si son malos, no alimentan a sus animales, no cultivan concientemente su suelo, no procuran ser ejemplo… Esos son los Falsos Huasos.
Luego, viendo el panorama rural-urbano de la zona, con asfalto entre parcelas y moteles entre los largos matorrales de mazorcas, me detengo a imaginar un Falso Huaso, alguien propio de ese lugar hibrido y agresivo, como los mutantes que hablas Spaninglish en Florida y reniegan lo Latino sin ser gringos, los Falsos Huasos, una fauna digna de ser una tribu urbana adulta (como las Cougart-Mujeres Puma o los Meritocratas) terminan desintegrando la imagen tradicional y patriota del huaso chileno como hombre bueno y justo, protector de lo suyo y de lo amigo y lo Tergiversan en un borracho disfrazado de campestre, en un hombre sin sueños, sin realidades y que coexiste entre vicios y un ambiente en proceso de vilizacion (como lo es la ciudad).
Cuando ya venia de vuelta en el Metrotren, en la estación de Paine se suben dos hombres, pasan riendo, les piden el boleto. Parecen gente tranquila, gente de campo. En eso sacan su caja de vino barata. Los Falsos Huasos ya están aquí.
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