De niño crecí en una
plaza de Vitacura en un barrio residencial y tranquilo, donde todos
los sábados y domingos salíamos a jugar. Corríamos, gritábamos,
estábamos envueltos en nuestra niñez, en el ensueño que tanto
agrada que nos lleve el juego, el agón (como lo define Callois) con
el amigo, que terminaba en risas a veces, en riña otros momentos.
Eso fue así la mayoría del tiempo que viví allí.
Pero recuerdo una época
donde Gabriel, un chico mayor que nosotros, ya de enseñanza media
dominó la plaza y nuestros tiempos. Una especie de dictadura de la
experiencia. Cada vez que jugábamos, hacíamos lo que el decía y
por parecer más grandes, más maduros y menos infantiles -ahí de
nuestra ingenuidad- jugábamos lo que nos pedía. En esos tiempos
salían cosas muy lindas. Formábamos obras de teatros para nuestros
padres y vecinos, donde interpretábamos papeles Pato, Esteban,
Natalia, Felipe y Francisco. Todo bajo la dirección de Gabriel...
Otras veces terminábamos todos peleados, porque alguno no quería
hacer algo que Gabriel dijo. Los demás nos poníamos en la contra
del desertor, que algunas veces fui yo y en otras oportunidades era
otro, al que lacerábamos con nuestra negación, con no “querer
integrarse” con “querer ser distinto” y lo excluíamos hasta
que no tenia(mos) más opción que jugar el juego de Gabriel. Creo
que esta fue mi primera experiencia racional con una dictaduras.
El germen de la dictadura
está en el autoritarismo, el que se produce por dos causas a mi modo
de ver: Una persona con ansias de poder, de control absoluto sobre
otros y por otro lado, una población ignorante y temerosa. La
dictadura no solo se produce con armas y muertos, aunque esa es la
forma más terrible que le conocemos. Vivimos muchas veces presos de
la dictadura del sistema, de la razón o de la forma. Este
autoritarismo es un constructo humano a partir del miedo y la
inferioridad y estos son, a mi modo de ver, sentimientos que atentan
contra la comunidad y la construcción social por parte de los
individuos.
Poco antes de entrar a la
Universidad, en el laboratorio de química del colegio escuchaba las
historias de Juana y Lidia sobre los años ochenta y los papeles que
jugaban ciertos personajes de la vida publica: Chadwick, Longeira,
Piñera, Coloma. Ellas les toco gritarle en más de una ocasión lo
imbéciles que eran y que defendían a asesinos y torturadores. Yo
conocía poco o nada de esa época y mi mamá llego a Chile el año
82-83 a estudiar Farmacia, dentro de un nicho de “oficialismo”
que la mantuvo alejada de muchas cosas que pasaban en la realidad de
Chile. Solo recuerdo sus historias sobre las vacaciones en Chile en
su época escolar y el desabastecimiento que suplían desde el otro
lado de la cordillera. Cosas que controlaba un grupo de la población
y que tenían a medio Chile pasando hambre, mientras unos pocos se
las ingeniaban para satisfacer la demanda.
En la universidad debe
ser donde más he aprendido de la dictadura militar chilena
(1973-1990) Ya que en el colegio me hablaban mucho del Golpe, el
tanquetazo, los procesos previos a esto, pero poco de los
emblemáticos casos de derechos humanos que en ciertas fechas del año
son recordados por la televisión. Una historia incompleta que el
cementerio general, el centro y ciertos monolitos daban algunas
pistas pero no las suficientes.
A través de mis amigos con familias más de izquierda especialmente la Tava y Amaru comencé a aproximarme a lo que se vivío en la época. Hoy, como respuesta a la alternancia en el poder podemos enterarnos por cada vez más documentales, muestras, museos que paso en realidad, cosas que ni el informe Rettig ni las comisiones formadas son capaces de dar cuenta en más de veinte años de la vuelta a la democracia. Son procesos que uno descubre en las conversaciones tristes y sentidas de familias cortadas hace varias décadas, a tíos desaparecidos, profesores que dejaron cátedras a medias, personas en esencia cuyas existencias materiales fueron truncadas dejando solo atisbos de ellos. Un testimonio altamente presente en la sociedad, pero que es reinterpretada por la siguiente generación.
Recuerdo que cuando
recorrí una muestra de Arte en el MAC (Museo de Arte Contemporaneo)
un artista dejo una serie de 15 fotos de un chico, que vivió cerca
de los años sesenta, y luego estudio Veterinaria en la Universidad
de Chile. Ese chico fue asesinado por motivos políticos a los 23
años, siendo aún estudiante y además de esas fotos que mostraban
su crecimiento estaban sus cuadernos de la primaria y secundaria, los
apuntes torpes con los que aprendió a hacer sus primeras sumas, sus
primeras ideas convertidas en texto o los relatos ya casi olvidados
de la dictadura de Carlos Ibañez que parece una fiesta (de sangre)
de cinco años frente al Carnaval conche-de-su-madre de desaparecios
y muertos orquestado por Pinochet (y la CIA, los poderes fácticos,
las viejas de mierda, los empresarios y muchos militares de ese
tiempo) Una de tantas vidas, una de tantas historias sin final feliz.
...Una de las historias
que representamos alguna vez en la plaza fue la de un bombardeo. En
ella la ciudad (que pintábamos en el reverso de una mesa de
ping-pong) terminaba cubierta en rojo y negro, en explosiones.
Recuerdo que los personajes morían y solo quedaba uno al que luego
de un tiempo se le asignaba en control de esa lejana tierra caída en
desgracia. Nunca nadie decía que el fue el bombardero, como un
ensueño político que uno desconoce cuando es gobernado por quien
limita la libertad. Allí, como en Chile de la dictadura, no llego
ningún héroe a derrocarlo ni un Salvador a detener su tiranía. Las
cosas fueron así hasta que la población se organizo, levantándolo
de su puesto y llamando a la democracia.
Las dictaduras son algo
que restringen, atacan y denigran
la libertad y dignidad humana, pero que lo hacen lentamente y
de forma irrecuperable, como un calculo que se calcifica en lo más
profundo del ser impidiéndole volar libremente, querer cambiar las
cosas.
Como dije anteriormente,
las dictaduras no son solo armadas, como las que ocurrieron en
Latinoamerica y que ningún libro jamas podrá disfrazarlas de
“pronunciamientos” o “gobiernos no-democráticos”. Las
dictaduras se presentan también hoy en nuevas y creativas maneras de
coartar la capacidad humana de expresarse, crear y vivir. Hay cosas
que sin razón hoy las presentamos como lo más razonable y que
naturalmente no tienen sentido. Vivimos en la dictadura de los viejos
y los débiles que a saberse incapaces de poder innovar en sus vidas
no sueltan las cuotas de poder que obtuvieron en convulsionados y
confusos tiempos, vivimos en la dictadura del sistema que impide la
liberación del tiempo, el ocio productivo: la investigación y la
creación, razones por las cuales se forma en igualdad de
conocimientos a la comunidad y que resultan inutilizados por la
estupidización progresiva de los medios y las formas repetitivas.
<Vaya a la oficina 201 donde timbrará ese documento, luego vuelva
para visarselo y posteriormente se dirige a Morande 104 para hacer la
solicitud correspondiente, si tiene alguna duda, llame al 555-7526 o
revise nuestro sitio web>
La dictadura
irremediablemente lleva a personas infelices y faltas de virtuosismo,
que no fueron capaces de hacer lo que realmente querían. Pienso en
la dictadura de la razón económica que vive Mauricio quien no pudo
estudiar matemática por que su padre no le acepto otra carrera que
no fuera ingeniería comercial y en las personas que preferirían
estar trabajando, ganando sus lucas y viviendo tranquilos en el sur y
están exclavizados a carreras de cinco o más años que se extienden
por la falta de motivación real en una formación determinada.
Pienso en quienes se ven amarrados por el <status-quo> a un
cubículo de 2x2, con acceso a internet y que su única escapatoria
es Facebook en estos tiempos y en la ridícula hegemonía (como la
entiende Hegel) de Microsoft sobre los computadores del mundo y el
falso estatus que entrega Mac a quienes lo utilizan.
La funcionalidad de la
realidad resulta ser insignificante para una humanidad que no es
capaz de mostrar su grandeza en no más que algunas personas y
personajes, insignificancia producida por su(nuestra) incapacidad de
una formación diversa pero equivalente, cosa que arrastra la
desigualdad desde muy temprana edad hasta la misma tumba en nuestro
país. Estas cosas me son escalofriantemente detestables.
Esas hegemonías
intelectuales son las que no me gustan. Estás hegemonías se
manifiestan en el fanatismo religioso de los Testigos de Gehova, en
la intransigencia comunista, a la barra brava o la irracionalidad
social de los gremialistas. Estos fanatismos son dictaduras de la
razón que logran encasillar, encerrar y limitar la razón a un
conjunto de ideas establecidas y a repetirlas (con o sin ganas)
frente a los demás.
A pesar de que todos
podemos caer en los fanatismos, la mentalidad crítica que forjan la
literatura, los ensayos, la ciencia y la filosofía permiten hacernos
“despertar” de aquellos sectarismos y asociarnos bajo el paragua
(actual) de la democracia para satisfacer nuestras necesidades
colectivas. A pesar de ser perfectible (y aquí sonaré repetitivo y
fanático) la democracia es ese espacio de diversidad, tolerancia y
pluralismo que se opone a la dictadura, que abre los caminos al
cambio ordenado y flexible, siempre y cuando funcione ante los
intereses de la gente y no solo de los conglomerados sociales
hegemonizantes.
A medida de que me he
formado, y con esto termino, creo que una sociedad ideal se articula
en organizaciones temáticas, no políticas, capaces de razonar y
resolver conceptos y problemáticas pertinentes y colectivas como
medios dinámicos y articuladores para hacer acción colectiva y que
se organizan como figuras capaces de hacer un trabajo inmanente en el
tiempo sin depender de la trascendencia de la figura estructural
(partido, colectivo) pero si haciendo inmanente sus ideas. Grandes
autores de la historia dan cuenta de ello y trasciende lo más
importante de ellos: las ideas, el principal motor de la humanidad,
productos de la libertad intelectual y la dignidad del hombre.
Y no me gustan las
dictaduras por que ellas cercenan las ideas del hombre.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario