febrero 06, 2012

No me gustan las dictaduras


De niño crecí en una plaza de Vitacura en un barrio residencial y tranquilo, donde todos los sábados y domingos salíamos a jugar. Corríamos, gritábamos, estábamos envueltos en nuestra niñez, en el ensueño que tanto agrada que nos lleve el juego, el agón (como lo define Callois) con el amigo, que terminaba en risas a veces, en riña otros momentos. Eso fue así la mayoría del tiempo que viví allí.

Pero recuerdo una época donde Gabriel, un chico mayor que nosotros, ya de enseñanza media dominó la plaza y nuestros tiempos. Una especie de dictadura de la experiencia. Cada vez que jugábamos, hacíamos lo que el decía y por parecer más grandes, más maduros y menos infantiles -ahí de nuestra ingenuidad- jugábamos lo que nos pedía. En esos tiempos salían cosas muy lindas. Formábamos obras de teatros para nuestros padres y vecinos, donde interpretábamos papeles Pato, Esteban, Natalia, Felipe y Francisco. Todo bajo la dirección de Gabriel... Otras veces terminábamos todos peleados, porque alguno no quería hacer algo que Gabriel dijo. Los demás nos poníamos en la contra del desertor, que algunas veces fui yo y en otras oportunidades era otro, al que lacerábamos con nuestra negación, con no “querer integrarse” con “querer ser distinto” y lo excluíamos hasta que no tenia(mos) más opción que jugar el juego de Gabriel. Creo que esta fue mi primera experiencia racional con una dictaduras.

El germen de la dictadura está en el autoritarismo, el que se produce por dos causas a mi modo de ver: Una persona con ansias de poder, de control absoluto sobre otros y por otro lado, una población ignorante y temerosa. La dictadura no solo se produce con armas y muertos, aunque esa es la forma más terrible que le conocemos. Vivimos muchas veces presos de la dictadura del sistema, de la razón o de la forma. Este autoritarismo es un constructo humano a partir del miedo y la inferioridad y estos son, a mi modo de ver, sentimientos que atentan contra la comunidad y la construcción social por parte de los individuos.

Poco antes de entrar a la Universidad, en el laboratorio de química del colegio escuchaba las historias de Juana y Lidia sobre los años ochenta y los papeles que jugaban ciertos personajes de la vida publica: Chadwick, Longeira, Piñera, Coloma. Ellas les toco gritarle en más de una ocasión lo imbéciles que eran y que defendían a asesinos y torturadores. Yo conocía poco o nada de esa época y mi mamá llego a Chile el año 82-83 a estudiar Farmacia, dentro de un nicho de “oficialismo” que la mantuvo alejada de muchas cosas que pasaban en la realidad de Chile. Solo recuerdo sus historias sobre las vacaciones en Chile en su época escolar y el desabastecimiento que suplían desde el otro lado de la cordillera. Cosas que controlaba un grupo de la población y que tenían a medio Chile pasando hambre, mientras unos pocos se las ingeniaban para satisfacer la demanda.

En la universidad debe ser donde más he aprendido de la dictadura militar chilena (1973-1990) Ya que en el colegio me hablaban mucho del Golpe, el tanquetazo, los procesos previos a esto, pero poco de los emblemáticos casos de derechos humanos que en ciertas fechas del año son recordados por la televisión. Una historia incompleta que el cementerio general, el centro y ciertos monolitos daban algunas pistas pero no las suficientes.

A través de mis amigos con familias más de izquierda especialmente la Tava y Amaru comencé a aproximarme a lo que se vivío en la época. Hoy, como respuesta a la alternancia en el poder podemos enterarnos por cada vez más documentales, muestras, museos que paso en realidad, cosas que ni el informe Rettig ni las comisiones formadas son capaces de dar cuenta en más de veinte años de la vuelta a la democracia. Son procesos que uno descubre en las conversaciones tristes y sentidas de familias cortadas hace varias décadas, a tíos desaparecidos, profesores que dejaron cátedras a medias, personas en esencia cuyas existencias materiales fueron truncadas dejando solo atisbos de ellos. Un testimonio altamente presente en la sociedad, pero que es reinterpretada por la siguiente generación.

Recuerdo que cuando recorrí una muestra de Arte en el MAC (Museo de Arte Contemporaneo) un artista dejo una serie de 15 fotos de un chico, que vivió cerca de los años sesenta, y luego estudio Veterinaria en la Universidad de Chile. Ese chico fue asesinado por motivos políticos a los 23 años, siendo aún estudiante y además de esas fotos que mostraban su crecimiento estaban sus cuadernos de la primaria y secundaria, los apuntes torpes con los que aprendió a hacer sus primeras sumas, sus primeras ideas convertidas en texto o los relatos ya casi olvidados de la dictadura de Carlos Ibañez que parece una fiesta (de sangre) de cinco años frente al Carnaval conche-de-su-madre de desaparecios y muertos orquestado por Pinochet (y la CIA, los poderes fácticos, las viejas de mierda, los empresarios y muchos militares de ese tiempo) Una de tantas vidas, una de tantas historias sin final feliz.

...Una de las historias que representamos alguna vez en la plaza fue la de un bombardeo. En ella la ciudad (que pintábamos en el reverso de una mesa de ping-pong) terminaba cubierta en rojo y negro, en explosiones. Recuerdo que los personajes morían y solo quedaba uno al que luego de un tiempo se le asignaba en control de esa lejana tierra caída en desgracia. Nunca nadie decía que el fue el bombardero, como un ensueño político que uno desconoce cuando es gobernado por quien limita la libertad. Allí, como en Chile de la dictadura, no llego ningún héroe a derrocarlo ni un Salvador a detener su tiranía. Las cosas fueron así hasta que la población se organizo, levantándolo de su puesto y llamando a la democracia.

Las dictaduras son algo que restringen, atacan y denigran la libertad y dignidad humana, pero que lo hacen lentamente y de forma irrecuperable, como un calculo que se calcifica en lo más profundo del ser impidiéndole volar libremente, querer cambiar las cosas.

Como dije anteriormente, las dictaduras no son solo armadas, como las que ocurrieron en Latinoamerica y que ningún libro jamas podrá disfrazarlas de “pronunciamientos” o “gobiernos no-democráticos”. Las dictaduras se presentan también hoy en nuevas y creativas maneras de coartar la capacidad humana de expresarse, crear y vivir. Hay cosas que sin razón hoy las presentamos como lo más razonable y que naturalmente no tienen sentido. Vivimos en la dictadura de los viejos y los débiles que a saberse incapaces de poder innovar en sus vidas no sueltan las cuotas de poder que obtuvieron en convulsionados y confusos tiempos, vivimos en la dictadura del sistema que impide la liberación del tiempo, el ocio productivo: la investigación y la creación, razones por las cuales se forma en igualdad de conocimientos a la comunidad y que resultan inutilizados por la estupidización progresiva de los medios y las formas repetitivas. <Vaya a la oficina 201 donde timbrará ese documento, luego vuelva para visarselo y posteriormente se dirige a Morande 104 para hacer la solicitud correspondiente, si tiene alguna duda, llame al 555-7526 o revise nuestro sitio web>

La dictadura irremediablemente lleva a personas infelices y faltas de virtuosismo, que no fueron capaces de hacer lo que realmente querían. Pienso en la dictadura de la razón económica que vive Mauricio quien no pudo estudiar matemática por que su padre no le acepto otra carrera que no fuera ingeniería comercial y en las personas que preferirían estar trabajando, ganando sus lucas y viviendo tranquilos en el sur y están exclavizados a carreras de cinco o más años que se extienden por la falta de motivación real en una formación determinada. Pienso en quienes se ven amarrados por el <status-quo> a un cubículo de 2x2, con acceso a internet y que su única escapatoria es Facebook en estos tiempos y en la ridícula hegemonía (como la entiende Hegel) de Microsoft sobre los computadores del mundo y el falso estatus que entrega Mac a quienes lo utilizan.

La funcionalidad de la realidad resulta ser insignificante para una humanidad que no es capaz de mostrar su grandeza en no más que algunas personas y personajes, insignificancia producida por su(nuestra) incapacidad de una formación diversa pero equivalente, cosa que arrastra la desigualdad desde muy temprana edad hasta la misma tumba en nuestro país. Estas cosas me son escalofriantemente detestables.

Esas hegemonías intelectuales son las que no me gustan. Estás hegemonías se manifiestan en el fanatismo religioso de los Testigos de Gehova, en la intransigencia comunista, a la barra brava o la irracionalidad social de los gremialistas. Estos fanatismos son dictaduras de la razón que logran encasillar, encerrar y limitar la razón a un conjunto de ideas establecidas y a repetirlas (con o sin ganas) frente a los demás.

A pesar de que todos podemos caer en los fanatismos, la mentalidad crítica que forjan la literatura, los ensayos, la ciencia y la filosofía permiten hacernos “despertar” de aquellos sectarismos y asociarnos bajo el paragua (actual) de la democracia para satisfacer nuestras necesidades colectivas. A pesar de ser perfectible (y aquí sonaré repetitivo y fanático) la democracia es ese espacio de diversidad, tolerancia y pluralismo que se opone a la dictadura, que abre los caminos al cambio ordenado y flexible, siempre y cuando funcione ante los intereses de la gente y no solo de los conglomerados sociales hegemonizantes.

A medida de que me he formado, y con esto termino, creo que una sociedad ideal se articula en organizaciones temáticas, no políticas, capaces de razonar y resolver conceptos y problemáticas pertinentes y colectivas como medios dinámicos y articuladores para hacer acción colectiva y que se organizan como figuras capaces de hacer un trabajo inmanente en el tiempo sin depender de la trascendencia de la figura estructural (partido, colectivo) pero si haciendo inmanente sus ideas. Grandes autores de la historia dan cuenta de ello y trasciende lo más importante de ellos: las ideas, el principal motor de la humanidad, productos de la libertad intelectual y la dignidad del hombre.

Y no me gustan las dictaduras por que ellas cercenan las ideas del hombre.

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