“Canto, qué mal me sabes/
cuando tengo que cantar/ espanto/
Espanto como el que vivo/como el que muero/ espanto”
- Victor Jara, último manuscrito.
Septiembre es un mes intenso. Veloz. Como un diparo. Como los disparos que han pasado por Septiembre en nuestra historia. Es un mes que nos golpea con frases y fechas, con memorias de quienes han sido quienes vivieron en está larga y angosta franja de tierra. Y de quienes somos, los que la habitamos hoy.
Septiembre es el mes de la "Xilenindad", el mes del huaso, de la chicha y la empana'a. El único mes que encuentras cuecas en la radio y ponemos una banderita, mitad blanquiazúl, mitad roja en las ventanas, autos, regalos, mensajes, avatars, en los panes, en los cuadernos. Probablemente creemos, inconscientemente, que somos más chilenos en Septiembre que en el resto del año.
Muchos comienzan el mes pensando en las fondas y ramadas (algo que me cuesta definir y que Oscar y Javier me ayudaron a poder comprender que cosa en común tienen estas estructuras tan disimiles). También es el momento del año en que el país se guarnece el día 11. No porque las barricadas (tan dañinas como las de cualquier marcha, de cualquier otro día son); si no que ese día, partícularmente ese día encierra nuestros demonios más profundos en la historia.
No, no solo los 40 años. Matanzas y golpes han ocurrido en esa fecha. Como el ruido de sables de 1924 que Gabo Vallejo nos recordo por u-cursos, el 11 de Septiembre es como nuestra fecha maldita. Tiene demasiadas oscuridades sobre nuestra loca geografía, que enumerarlas es infructuoso. Y aunque nuestra cultura (no solo nuestra memoria) colectiva haya sido quebrantada hace 40 años de una manera brutal, nuestros muertos son muchos más que los de la dictadura del genocida Pinochet.
El viernes fui con Angelina a ver "El dolor de Xile". Una obra de teatro que recorre fulminantemente que ocurrió en Chile en el periodo 1924-1973. El periodo de entreguerras y la segunda guerra mundial, donde Chile veía como otro espectador la catastrofe occidental. También el periodo de grandes intelectuales, ciéntificos, médicos y literatos que pensaban y repensaban el país bajo el prisma del Progreso. El tiempo en que el trabajador también se veía enfrentado a la explotación, menos soterrada por los medios, pero igualmente velada por una sociedad eufemistica y diminutiva. Porque los chilenos somos buenos para no decir las cosas, usar incluso los animales para que las digan por nosotros, tratandonos de "burros" cuando no entendemos, de "monos" cuando actuamos impulsivamente o de despedirnos con los "pescaos". Somos de los que llamamos todo en pequeño, como si una enormidad moral nos hiciera ver las cosas desde los aires, tomar once en las "tacitas", comer las "galletitas" que hizo "Carmencita" y preparo "cositas ricas" para la visita de "Martincito" y "Violetita"...
Quizás esto lo decimos porque nos tratamos todos de niños, inocentemente. No confiamos en el otro lo suficiente para dejar que haga las cosas. Preguntamos sobre quienes son sus padres, que hace su familia, que colegio estudio, cuales son sus titulos y credenciales. Con quien se junta. Si no nos gusta lo que encontramos tendemos a lo "chaquetero". Muchas veces está conducta se lleva a la "politiquería" como diría "Caballo" Ibañez. En nuestra historia las cosas suelen ser recurrentes, repetitivas, renuentes a irse. Nos cuesta pensar nuevas formas. Quizás por ello nuestras constituciones han salido de revueltas y nuestros muertos sean siempre los que quieren los cambios.
En nuestro país, ya sea por violencia política, por catastrofes naturales o por guerras de clases (como la de Arauco que puede considerarse extendida hasta hoy) hemos llenado nuestra larga y angosta franja con craneos y sangre. Sangre de nuestros muertos y craneos de nuestras pestes donde las diferencias son dificilmente aceptadas. Desde José Victorino Lastarrias hasta Eduardo Castillo Velasco, nuestros intelectuales son siempre más reconocidos fuera de Chile que aquí dentro, en una cultura que le cuesta salir adelanta. Parravicini profetiza que algún día en Chile la cultura estará en elevación.
Pero mientras tanto, hoy, nuestra enorme desigualdad arrastrada desde que los zambos no existen en nuestra historia porque los negamos, los criollos creían ser la sabia fresca por solo ser jovenes o los pipiolos peleaban con los pelucones, esa enorme desigualdad sigue sumiendo en explotación y miseria intelectual a gran parte de un país fragmentado en un centralismo absurdo y cómodo, en una educación de masas que se resiste al paradigma del pensamiento crítico, a una salud vendida a los intereses de pocos, que son tan pocos, que son dueños de la farmacia hasta de la funeraria.
En nuestro país hay tantos Chiles en la misma tierra. Oh! Gran Patria que nos ha dado cobijo, espero algún día puedas entregar igualmente tus enormes frutos a todos tus hijos, cuando los hombres dejemos de tratarte como "Xile" y te dignifiquemos, dignificandonos como el "Chile, querido" que tanto anhelamos.
Fiestas para ellos. Patria para nosotros.
Yo encontré por los muros de la patria,
junto a la nieve y su cristalería,
detrás del río de ramaje verde,
debajo del nitrato y de la espiga,
una gota de sangre de mi pueblo
y cada gota, como el fuego, ardía.
- Pablo Neruda, "Los muertos de la plaza" (fragmento)
1948
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